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Ruth Bader Ginsburg, la trayectoria de un icono feminista

La segunda mujer en ser nombrada a la Corte Suprema de Estados Unidos se convirtió en una celebridad entre una generación más joven debido a sus marcadas opiniones disidentes.

Ruth Bader Ginsburg, la segunda mujer en servir en la Corte Suprema de Estados Unidos y una pionera en la defensa de los derechos de la mujer, que en su novena década se convirtió en el improbable icono cultural de una generación mucho más joven, murió el viernes 18 de septiembre en su casa en Washington. Tenía 87 años.

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La causa del deceso fueron las complicaciones de un cáncer pancreático metastásico, dijo la Corte Suprema.

Cuando se le encontraron dos pequeños tumores en uno de sus pulmones en diciembre de 2018, durante una exploración de seguimiento por haberse roto las costillas tras una caída reciente, Ginsburg ya había vencido al cáncer de colon en 1999 y al cáncer de páncreas —en etapa temprana— una década después. Se le colocó un estent (endoprótesis vascular) de arteria coronaria para despejar una arteria bloqueada en 2014.

Cuando Ginsburg cumplió 80 años y celebró su vigésimo aniversario en la Corte Suprema durante el segundo mandato del presidente Barack Obama, ignoró el coro de llamados que pedían que se retirara, a fin de darle a un presidente demócrata la oportunidad de nombrar a su remplazo. Planeaba quedarse “mientras pueda hacer el trabajo a toda máquina”, decía, añadiendo a veces: “Habrá un presidente después de este y espero que ese presidente sea un buen presidente”.

Cuando la jueza Sandra Day O’Connor se jubiló en enero de 2006, Ginsburg fue –durante algún tiempo– la única mujer en el máximo tribunal de justicia estadounidense, lo que difícilmente es evidencia de la revolución en la condición jurídica de la mujer que ella ayudó a lograr en su carrera como litigante y estratega.

Sus años como la única jueza en la corte fueron “la peor época”, recordó en una entrevista de 2014. “La imagen al público que entraba al juzgado era la de ocho hombres, de un cierto tamaño y luego esta pequeña mujer sentada a un lado. Esa no era una buena imagen para el público”. Con el tiempo se le unieron otras dos mujeres, ambas nombradas por Obama: Sonia Sotomayor en 2009 y Elena Kagan en 2010.

Tras la jubilación en 2010 del juez John Paul Stevens, cuyo lugar ocupó Kagan, Ginsburg se convirtió en la integrante de mayor antigüedad de la corte y la lideresa de facto de un bloque liberal de cuatro jueces, formado por las tres juezas y el juez Stephen Breyer. A menos que pudieran atraer un quinto voto —a menudo del juez Anthony Kennedy, pero en ocasiones cada vez más escasas antes de su jubilación en 2018—, los cuatro solían estar en desacuerdo con el tribunal ideológicamente polarizado.

Las puntuales y poderosas opiniones disidentes de Ginsburg, quien solía hablar en nombre de los cuatro, atrajeron atención creciente a medida que el tribunal se movía más a la derecha. Una estudiante de Derecho, Shana Knizhnik, le puso el apodo de “Notorious R.B.G.”, un juego de palabras basado en el nombre de un famoso rapero, “Notorious B.I.G.”, nacido en Brooklyn, igual que la jueza. Pronto el nombre y la imagen de Ginsburg (su expresión serena pero adusta, el cuello de encaje con volantes que adornaba su toga judicial negra, sus ojos enmarcados por unas gafas de gran tamaño y una corona de oro ladeada sobre la cabeza) se convirtieron en una sensación en internet.

Las jóvenes se tatuaban esa imagen en los brazos; las niñas se disfrazaban de R.B.G. para Halloween. “No puedes deletrear ‘truth’ [verdad] sin Ruth” se leía en calcomanías para parachoques y en camisetas. Una biografía, Notorious RBG: The Life and Times of Ruth Bader Ginsburg, de Irin Carmon y Knizhnik, llegó a la lista de libros más vendidos al día siguiente de su publicación en 2015, y al año siguiente, Simon & Schuster sacó una biografía de Ginsburg para niños con el título I Dissent. Un documental sobre su vida fue un sorprendente éxito de taquilla en el verano de 2018, y una película biográfica de Hollywood centrada en su primer caso judicial en torno a la discriminación sexual se estrenó el día de Navidad de ese año.

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La adulación aumentó tras la elección de Donald Trump, a quien Ginsburg había tenido la indiscreción de llamar “un farsante” en una entrevista durante la campaña presidencial de 2016 (más tarde dijo que su comentario había sido “desacertado”). Los académicos culturales buscaron una explicación para el fenómeno. Dahlia Lithwick, en un artículo de The Atlantic a principios de 2019, hizo esta observación: “Hoy, más que nunca, las mujeres ávidas de modelos de influencia, autenticidad, dignidad y voces femeninas ensalzan a una jueza octogenaria como la encarnación de la esperanza de un futuro fortalecido”.

Su estrellato tardío no podría haberse predicho ni remotamente en junio de 1993, cuando el presidente Bill Clinton nombró a la jueza de voz suave, de 60 años de edad, que apreciaba el compañerismo y cuya amistad con colegas conservadores en la corte de apelaciones, donde prestó servicios durante 13 años, hizo que algunas líderes feministas expresaran su preocupación, en privado, acerca de la posibilidad de que el presidente hubiese cometido un error. Clinton la eligió para que ocupara el lugar del juez Byron White, nombrado por el presidente John F. Kennedy, quien se retiró después de 31 años de servicio en la Corte Suprema. Su confirmación en el Senado, siete semanas después y con una votación de 96 contra 3, puso fin a una sequía de nombramientos demócratas en la Corte Suprema que se remontaba al nombramiento de Thurgood Marshall por el presidente Lyndon B. Johnson 26 años antes.

Había algo que encajaba en esa secuencia, porque en ocasiones Ruth Ginsburg había sido descrita como la Thurgood Marshall del movimiento por los derechos de la mujer por quienes recordaban sus días como litigante y directora del Proyecto por los Derechos de la Mujer de la Unión Americana de Libertades Civiles durante la década de 1970.

La analogía se basaba en su sentido de la estrategia y su cuidadosa selección de casos, porque ella convenció a la Corte Suprema, integrada exclusivamente por hombres, de que empezara a reconocer la barrera constitucional contra la discriminación de género. El joven Thurgood Marshall había hecho lo mismo como el principal estratega jurídico del movimiento por los derechos civiles en la construcción del caso contra la segregación racial.

El padre de Ruth Bader, Nathan Bader, emigró a Nueva York con su familia a los 13 años. Su madre, conocida de soltera como Celia Amster, nació cuatro meses después de la llegada de su propia familia. Ruth, bautizada como Joan Ruth y cuyo apodo en la infancia era Kiki, nació el 15 de marzo de 1933. Creció en el barrio Flatbush de Brooklyn en esencia como hija única; su hermana mayor murió de meningitis a la edad de 6 años, cuando Ruth tenía 14 meses. La familia era propietaria de pequeñas tiendas minoristas, que incluían una tienda de pieles y una sombrerería. Nunca les sobraba el dinero.

Celia Bader era una mujer con ambiciones intelectuales que se graduó del bachillerato a los 15 años pero no logró ir a la universidad; su familia la mandó a trabajar al distrito textil de Manhattan para que su hermano pudiera asistir a la Universidad de Cornell. Tenía altas expectativas para su hija, pero no vivió para ver cómo las lograba. Se supo que tenía cáncer cervical cuando Ruth empezaba la secundaria en la escuela James Madison y murió a los 47 años, en 1950, un día antes de la graduación de bachillerato de su hija. Después de la ceremonia de graduación a la que Ruth no pudo asistir, sus profesores le llevaron sus numerosas medallas y reconocimientos a casa.

El 14 de junio de 1993, cuando la jueza Ginsburg asistió con Clinton al Jardín de las Rosas para el anuncio de su nominación a la Corte Suprema, al presidente se le humedecieron los ojos al escuchar el homenaje que ella le hizo a su madre. “Ruego que yo sea todo lo que ella hubiera sido de haber vivido en una era en la que las mujeres pudieran aspirar y lograr y en la que las hijas fueran tan apreciadas como los hijos”, dijo.

Ruth Bader asistió a la Universidad Cornell con una beca. Durante su primer año, conoció a un estudiante de segundo año, Martin Ginsburg. Para Ruth, de 17 años, la atracción fue inmediata. “Fue el único chico que conocí al que le importaba que yo tuviera cerebro”, decía con frecuencia en los últimos años de su vida. Para su tercer año, ellos ya estaban comprometidos, y se casaron después de que ella se graduó en 1954.

La suya fue una relación romántica e intelectual de toda la vida. Vistos desde fuera, eran opuestos. Mientras ella era reservada y elegía sus palabras con cuidado, él era un anecdotista vivaz, que con facilidad hacía bromas de las que él mismo solía ser el blanco. No obstante, la profundidad de su vínculo era evidente para todos los que los conocían.

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